El término Inteligencia Emocional se refiere a la capacidad humana de gestionar las emociones. Aunque a algunos les cueste aceptar el término “gestionar” —manejar o conducir una situación problemática—, es el término que mejor resume el sentirnos a nosotros mismos y sentir a los demás, entenderlos y posibilitar un pensamiento equilibrado a las circunstancias de tiempo y lugar, lo que podríamos llamar una comunicación asertiva y social.
Sin embargo, en el sentir denso del seno familiar procedemos muchas veces con el impulso emocional del amor que nos ciega, porque se implican demasiadas emociones.
¿Cómo crear un ambiente familiar que promueva la expresión y comunicación de los sentimientos?
Un ambiente “perfecto” es, de salida, un deseo frustrado, porque el acontecer diario golpea nuestras emociones. Nuestra sensibilidad se ve comprometida muchas veces al día, tantas como interrelaciones promovamos. Muy probablemente entran en conflicto creencias, intereses, necesidades e ilusiones. y disparan sensaciones conflictivas cuando como padres hemos de tener la disposición diaria de enseñar.
Las relaciones de ese nido, la familia, son tan difíciles como cualquier otro tipo de relación humana, pero las implicaciones son muy diferentes. Aquí reconocemos al otro, todos queremos el bien común, no hay competitividad, la envidia está alejada porque el orgullo del logro ajeno se siente como propio, la implicación se da en este entorno tejido con amor.
¿Cómo promover entonces que nuestros hijos/as sean sensibles a sus propias emociones, y acompañarlos en superar las pequeñas frustraciones?
¿Cómo ayudarlos para que tengan un control de la expresión emocional en situaciones de dificultad?
¿Cómo aprender el beneficio de las emociones en la toma de decisiones sobre su futuro y sus relaciones?
Últimamente se están produciendo avances a la hora de introducir la educación emocional en los centros escolares, pero donde realmente se fundamenta la educación emocional es en casa. Desde que nacemos vemos cómo se tratan entre sí nuestros padres, cómo somos tratados por ellos, qué normas son las importantes… Es en la familia donde se construyen las bases de las competencias personales y sociales. Los elementos que califican la Inteligencia Emocional en familia ya fueron identificados por Daniel Goleman:
“Desde el punto de vista de las relaciones humanas, la familia es el núcleo central, cuyo papel primordial en el proceso de socialización es el establecimiento de normas, reglas y sobre todo valores éticos y morales”.
Los padres debemos ser conscientes de la influencia que ejercemos sobre nuestros hijos e hijas. A lo largo de las diferentes etapas, nuestros hijos perciben todo lo que los adultos hacemos, en especial el comportamiento de los padres. Acompañarlos en la interiorización de reglas, valores y juicios es parte importante del desarrollo social y moral. Encontrar el beneficio para que las reglas convencionales, buenas costumbres, normas básicas de convivencia y el respeto por los demás sean adquiridas con complacencia. Efectivamente, delante de nuestras criaturas para bien o para mal, solo estamos nosotros, los padres somos su referencia y, por lo tanto, el modelo principal que pueden imitar.
Tenemos cierta obligación en esforzarnos para no inculcarles nuestros miedos y creencias particulares, nuestros propios deseos, nuestras ilusiones frustradas. Debemos intentar controlar nuestros temores. Esto implica confiar en nuestros hijos/as. Además, revisar esas creencias no siempre afortunadas es aprender a ser padres. Es necesario “dejarlos crecer” y formar parte de esa cosecha. Es en ese crecer juntos donde conseguimos reforzar el vínculo que nos une a ellos.
Cualquier diálogo cotidiano puede ser una excusa para progresar en ese trabajo emocional, finalmente, dedicar tiempo a escuchar. Ya sabemos de esto, pero lo tenemos que poner a su servicio. Es emocionante y grato escuchar a quien estás acompañando, sabiendo de su cariño incondicional. Saber de su estado emocional; por lo que dicen y, también, por lo que no dicen, por cómo lo dicen, el tono, los gestos…, todo aquello que ya conocemos porque son nuestros hijos/as, y conocemos su lenguaje no verbal.
Nuestros hijos/as pueden hablar con mayor facilidad sobre sus experiencias y las emociones ligadas a ellas cuando los padres escuchamos con atención y no manifestamos de inmediato nuestra propia opinión ni ninguneamos la importancia que tienen para ellos. Es preferible hacerles preguntas, sugerir, … promover su juicio, enseñar a tener dudas, a ser reflexivos sobre el acontecer humano, a aplazar el beneficio, a ponderar el esfuerzo, a gestionar la frustración.
Podemos hablar también, abiertamente, de lo que sentimos nosotros, de las cosas del “día a día”, sin ocultar nuestros sentimientos ni errores. Cuando explicamos una situación y detallamos los hechos, ellos aprenden que tenemos la fuerza emocional para examinar y enfrentar esa situación, sea más o menos difícil, aprendiendo que también ellos lo pueden hacer.
Aprendamos, unos y otros, a disculparnos y pedir perdón. Ante una situación de ámbito familiar expresemos qué es lo que sentimos cada uno de los miembros de la familia, cómo interpretamos lo que está pasando. Siempre con respeto y sinceridad. Comprendamos que todos podemos tener puntos de vista distintos y que ello no lo convierte en un problema.
Debemos ayudarles a “reinterpretar” las situaciones que les angustian, a analizar sus experiencias anteriores, a reconocer los posibles obstáculos. Cuando ampliamos el punto de vista encontramos soluciones en las que antes ni tan siquiera habíamos podido reparar, dibujamos alternativas.
Lo mismo ocurre con la forma de resolver conflictos, que lejos de ser única e inequívoca, cuenta con tantas posibilidades como modos de mirar el conflicto. La Inteligencia Emocional propone abandonar antiguas creencias y estereotipos sobre cómo resolver los problemas. Cada situación es distinta, podemos abordar el conflicto desde la observación renovada. La comprensión del otro con una escucha atenta y paciente es incuestionable.
Hay que ayudarles a sobrellevar la decepción y el desencanto por no conseguir lo que quieren o desean, enseñarles a tolerar la frustración.
Os animo a desdemonizar el error. El error y la consiguiente decepción son parte del trabajo. Es educativo valorar ese error que, instintivamente, nos produce rechazo. Debemos estar plenamente conscientes para detenernos en esa lección altamente eficaz en nuestra vida familiar. Enseñarles a plantearse objetivos, reconociendo el esfuerzo que implican y animándolos a que tomen decisiones. Adoptar una actitud positiva y a tener expectativas de éxito, pero aceptando las propias equivocaciones.
Es preciso ayudarles a identificar su propio estilo de vida. Trabajar la autonomía que implica vivir en sociedad, pero con sus propios valores, les permite reconducir muchas frustraciones. El logro de su proyecto no llega a veces de forma inmediata y puede estar muy alejado de las opciones de su entorno.
Como he mencionado anteriormente, podemos ayudar a nuestros hijos/as a progresar emocionalmente con cualquier asunto; animarlos a extraer consecuencias de sus interrelaciones, de sus dificultades, de lo que les asusta, de sus aciertos en sus proyectos. Ayudarlos a transitar las distintas vicisitudes y traducirlas en experiencia consciente. Como progenitores debemos explorar nuevos caminos para crear un vínculo satisfactorio con nuestros hijos e hijas.
La familia no es un título, es algo que se construye con los diferentes componentes en liza. Única y diferente para cada uno. Es compleja, porque está viva de nuevas aportaciones tanto de experiencias como de miembros. Cualquier revisión de nuestro proceder nos permite un trabajo, una implicación emocional que siempre nos aporta beneficios a corto plazo.
Aprender a reconocer los estados emocionales en los momentos de tensión bloqueante es un básico, por ello, si no nos va como querríamos es necesario también reconducir nuestra tensión desde el cuerpo físico. Así pues, es muy importante practicar con ellos alguna técnica de relajación que les ayude a equilibrar las emociones ajustándolas al momento y lugar. Propiciar momentos de distensión y de libre expresión de la alegría es un deber.
Así empecé yo a utilizar la herramienta “Mover los Sentimientos” con mis hijas cuando estas tenían 11 o 12 años. Una herramienta que permite consolidar el vínculo familiar donde cada uno tiene su papel: padre, madre, hijos/as. “Mover los Sentimientos” nos facilita momentos para escucharnos en plena adolescencia. Finalmente, buscando nuestra serenidad, podemos conversar con calma.
El abordaje de la educación emocional no tiene que ser nunca un problema, sino un camino transitable.
Ya lo he comentado en otras ocasiones; desarrollar nuestra inteligencia emocional es un viaje que dura toda la vida (recordad el cuento del bambú en mi artículo “Las 12 características de una persona emocionalmente inteligente”). La gran ventaja es que no hace falta esperar al final para recoger sus resultados, vamos disfrutando de ellos en el día a día.
Si tienes alguna consulta respecto a la utilización de la herramienta “Mover los Sentimientos” no dudes en hacérmela llegar. De igual forma, si quieres que aborde un tema concreto en los próximos artículos, estaré encantada de recibir tus sugerencias.
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