Existen muchas publicaciones y artículos al respecto de la adolescencia, de esta etapa en la que los jóvenes comienzan a formar su propia personalidad, a conocerse a sí mismos; también a desafiar a la autoridad y rebelarse ante las normas, por lo que no voy a insistir.
Pero, ¿qué piensan los jóvenes sobre esa etapa de sus vidas y cómo viven su relación con los adultos que los rodean? ¿Es el salto generacional el que dificulta que nos entendamos o se trata simplemente que la relación familiar padres/madres hijos/hijas es difícil porque interfieren las emociones más intimas?
Todos hemos oído hablar de adolescentes introvertidos que se encierran en su habitación y rehúyen la conversación con sus mayores. Sin embargo, cuando les animamos a que expresen sus quejas respecto a la relación con los adultos, la que aparece en primer lugar es que “no nos escuchan”. Y la queja va dirigida tanto a los padres como a sus profesores. La comunicación, que soluciona muchos problemas, necesita dedicación y paciencia, además de los componentes de la inteligencia emocional, sobre todo la empatía, que es ponerse en la piel del otro y que este se sienta escuchado.
Está claro que, al llegar a esta etapa, aumenta su necesidad de independencia y autonomía en relación a la familia. En este periodo los adolescentes desean distanciarse de la protección y autoridad de los padres, aunque todavía necesiten y dependan de ellos. Pero, sobre todo, necesitan sentirse escuchados. Necesitan que les demos la oportunidad de exponer sus opiniones, mostrando atención e interés. Sentirse conectados, eso es lo que quieren los adolescentes. ¿Alguien puede dudarlo cuando los vemos con sus teléfonos móviles?
Resulta igualmente falso que a los adolescentes no les gusta hablar de sus cosas. La adolescencia transcurre en medio de un vaivén emocional, experimentando sentimientos de vacío interior, de angustia profunda, de exaltación desmedida, de tristeza y de felicidad. Todos ellos, tal vez, en el mismo día. Seamos sinceros, no resulta fácil hablar de uno mismo, de nuestros sentimientos. Pero ya hemos visto que necesitan ser escuchados, son personas en formación y necesitan una guía para ejercer su independencia. Un adolescente necesita saber que, sus padres, el anclaje sólido de su niñez estarán ahí cuando lo necesite. Aunque demuestre rebeldía y contrariedad hacia ellos, necesita su autoridad. Pero justo aquí llega la segunda queja: “nos sueltan el rollo”.
Está claro que los padres actuamos con las mejores intenciones. Disponemos de toda nuestra experiencia para compartir con ellos y, en nuestro afán por intentar evitarles todo mal trago, nos desespera que no entiendan que les hablamos “por su bien”. Pero cuando elegimos hablar sin haber comprendido previamente sus ansiedades y preocupaciones ellos lo detectan y se desconectan. Apenas registran nuestro tono de discurso, sermón, lección de vida, … ellos lo etiquetan como “rollo” o “historia del abuelo cebolleta” y dejan de escucharnos.
Cuando nuestros hijos se enfrenten a un problema tenemos que analizar juntos la situación y les podemos dar la oportunidad de encontrar soluciones por sí mismos. Una vez que hayamos evaluado las opciones, es preferible hacerles preguntas, sugerir,… promover que sean más reflexivos sobre las cosas que hacen y que sienten, y sus consecuencias.
Si queremos su bien tenemos que estirar la cuerda que los liga a nosotros, a veces romperla. Para protegerlos tenemos que enseñarles a que se protejan. Necesitan pasar por si mismos las experiencias propias de esa etapa de la vida. Si hasta aquí hemos realizado correctamente nuestro trabajo como padres debemos confiar en su capacidad para enfrentase a sus problemas y aprender de sus experiencias. Eso es lo que definirá su identidad. Debemos aprender a confiar en ellos, eso forma parte de ese “dejarles crecer” tan necesario en todas las etapas de su educación. Si no confiamos en nuestros hijos, si no les damos confianza, aunque nos resulte difícil e, incluso, nos parezca arriesgado, se tomaran la libertad sin nuestro control.
Cada adolescente es diferente, único. Hay trazas comunes en ellos, pero a nadie nos gusta que nos etiqueten, además no es justo. La adecuación de la responsabilidad a la madurez de nuestros hijos/hijas es evidente y necesaria.
Y llegamos a la tercera queja en el ranking: “no nos entienden”. Evidentemente, si no les escuchamos y les soltamos el rollo a la primera de cambio, difícilmente podremos entenderlos, pero existen también otras situaciones que provocan su queja, y éstas tienen que ver con los procesos de negociación. Entendemos negociación como un proceso a través del cual intentamos resolver un conflicto de intereses de modo que, al final, se llegue a un resultado aceptable para todos.
Debemos desterrar las ideas de que los problemas tienen una única solución, que la única solución posible es la que nosotros proponemos y que cualquier resolución de un conflicto implica que una parte va a ganar y la otra va a perder necesariamente. Muy al contrario, como indicábamos en el punto anterior, ante un conflicto intentaremos analizar juntos las posibles alternativas, abogando por una flexibilidad de posturas que facilite el diálogo y que cristalice en un acuerdo con el que se comprometerán ambas partes, -ocurre, en ocasiones, que cuando manifiestan ese “no me entiendes” lo que realmente quieren expresar es que “no están conformes” con las condiciones de esos acuerdos-.
Los adolescentes se dan cuenta que necesitan su propio criterio para ser aceptados socialmente. Y esta experiencia inédita los desconcierta. Necesitan la conexión emocional pero al mismo tiempo la rechazan.
Tal y como indicaba en mi anterior artículo “Inteligencia Emocional en la Familia”, cuanto antes iniciemos el trabajo emocional con nuestros hijos más probabilidades tendremos de que la travesía por su adolescencia sea un viaje conjunto de descubrimiento. El abordaje de la educación emocional no tiene que ser nunca un problema, sino una aventura.
En este sentido, “Mover los Sentimientos” nos facilita momentos para escucharnos en plena adolescencia. Nuestras circunstancias son el medio propicio para aprender a gestionar nuestras emociones. No hay genios, el talento se aprende. No hay talentos innatos, hay capacidades innatas y esas capacidades se desarrollan o no se desarrollan.
Como dice Marta Closas en el prólogo del libro “Lo que piensan las adolescentes” Ed.Obelisco, de mi estimada Esmeralda Berbel: “La adolescencia es vida, vida en estado puro, son risas incontenibles, miradas cómplices, llantos repentinos, miedos y dudas, muchas dudas …”
Pero no perdamos de vista que todo está abierto. ¡El adolescente tiene su destino en sus propias manos!
Si tienes alguna duda o consulta respecto a la utilización de la herramienta “Mover los Sentimientos” no dudes en hacérmela llegar. De igual forma, si quieres que aborde un tema concreto en los próximos artículos, estaré encantada de recibir tus sugerencias.
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