Mover los Sentimientos

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Carmen Sanjuán Pertusa

Carmen Sanjuán Pertusa

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Diseñadora y Artista Plástica, Licenciada en Bellas Artes especialidad de Escultura por la Universidad de Valencia y especialidad de Diseño por la Universidad de Barcelona. Posgrado en Educación Emocional y Bienestar por la Universidad de Barcelona.

He ejercido como profesora de Secundaria y he sido colaboradora del Museo de la Ciencia de Barcelona. Actualmente realizo Talleres sobre Educación Emocional, Creatividad y Innovación para empresas y instituciones públicas.

Habitualmente escribo poesía y he participado en el libro coral "27 de septiembre: Un día en la vida de las mujeres" editado por Editorial Alfama.

Todas las ilustraciones que aparecen en la web, así como las de los juegos, son mías.

No existe una completa unidad de criterio entre quienes defienden que se trata de una capacidad innata en los seres humanos y los que defienden que se trata de una habilidad que se desarrolla durante el período de socialización primaria del niño. Podemos, no obstante, trabajar para mejorarla.

Sábado, 27 de septiembre de 2008

Daré ventaja a este día. Paso a paso, no quiero que se acabe. Lo respiro.

Alegría de cualquier abrazo en el cruce  del pasillo. Desperezando el sueño de la semana, al levantarnos. Sitio de sábado.  Es sábado.

He ido a la cama de María. En la cama durmiendo encuentro una niña. Me recuesto a su lado. La mejor forma de empezar un día lleno de gracia. El sol de mañana intenta entrar por la persiana, busca que lo descorra, que lo agrande. No sé si quiero. He encontrado un adiós perdido en la mañana, sólo de sonido, desde el otro lado de la casa.

En la cama he girado, tú dormías. He girado, tú bostezabas. He girado veces y veces, otras me has dicho que girara. Has hecho que girara para que nos durara el día de fiesta que nos recuerda otros tiempos, sin niñas, de madrugar poco.

Ayer, una visita de esas que no se esperan, que se te meten con pala. Mi cara de tedio se explica, no tengo compasión y no dije nada. Censuran su propia vida, que es la mía, y opinión sosa que me aburre. Una anticipación del futuro casi marciana. Luego me recrimino que soy intolerante. Me ataca su pose para no decir nada, sólo lo conveniente. Ese punto de “como todos” me hace saltar de la silla. La forma de hablar de lado de los temas, un mirar de soslayo y evitar todo lo que sea emitir una opinión, me vuelve a aburrir y es un sufrimiento ver cómo me delato en los gestos sin querer.

Así pues, esta noche he divagado con mis enemigos, me explico y me explico, pero al final no me perdono nada y menos haber estado donde no quiero. Tolero que no se enteren, no toleraré que no se quieran enterar. Para defenderme, me escondo en el descaro o en todo lo contrario, hago que me importa.

He conducido hasta Badalona, atajos y caminos diferentes por los que vamos cada vez. Por pasos estrechos esta vez, he seguido, entre luces y sombra de edificios. No pensaba nada, comento con las niñas lo de la semana. Sergio medio oye, medio no oye. -Oyes o no oyes, miras o no me miras-, pero quiere saber. Cuando no toca, pregunta la obviedad. Otra vez, detrás de las gafas no hay nadie.

Cambio de paisaje, en Badalona, es el mar, desde el balcón gran sol. Continúo recogiendo el verano, que al empezar el cole resulta más que pasado. Recoger la ropa plegada. Algunos propósitos se van, como Silvia y David, nos despedimos una vez más. Iniciar una etapa sin ellos, siempre tan presentes allí. Cuando recojo siempre me acuerdo de mi larga enfermedad: un año, dos años, se han esfumado. No hay más, pero siempre busco aquellas horas de parón. Más que el recuerdo y las sensaciones perdidas quiero los días secos y solos, ausentes de actividad, que ahora me parece no existieron. Ese sin estar es muy extraño todavía.

Después, nuestra comida fuera, en una terraza muy cerca de la playa: sillas para sentarse otras familias, reunión en la mesa, gusto a tapa de brava, gambas y boquerón, postre de fiesta. Sobre todas las cosas, parada. Los sábados intento la fiesta de no cocinar nada. Me pongo la trampa de comer fuera de casa. Pero llevo grabado a fuego “ama de casa”, así que cenas, preparar el lunes y el martes. . .  . La memoria de mi madre, gran herencia: todo controlado en la casa. Además del control de la comida, en los armarios que arreglo para no tirar nada, encontrando siempre la posibilidad de las cosas de servir para algo, la gracia.

Hemos vuelto. Volver a Barcelona, nuestra casa. He dicho a Sergio que me iba, ha sonreído. Me marcho a medida tarde, he andado hacia un bar, sola, en mi barrio está todo cerrado. He tardado  en sentarme en una mesa con un café que dibujaba espuma con vidrio apergaminado. Me encanta mirar cómo hacen cosas los restos de líquido, donde apoyan, los círculos sobre la mesa, las migas de una pasta agrupadas, yo me levanto y se quedan, señalan.

He estado un buen rato en el bar escribiendo, todo me sale como lírico, con determinación, para  testimoniar que un día pensé: “Hoy tengo fe en el día, tengo fe de otros. Hoy tengo fe en que me importará lo mismo. Hoy tengo fe en entender a mis hijas. Hoy tengo fe en sustituir a mi madre. . .”  Acabo dudando: “No encuentro la fe en mi misma. No tengo fe en que luciré mañana. No tengo fe en desandar y buscar. . .”

En el bar una pareja se explica: “Llega un momento. . .” el mío me encanta, sola, me basta. La tele del bar está a toda marcha. Estoy viendo la misma tele que vosotros este día. Estamos en el mismo momento, quiero estarlo, lo aprovecho.

 

En un momento respiro.

En un momento me duermo.

En un momento me encuentro.

Quisiera decir tu nombre,

escalar la montaña de mis sueños,

conseguir el aroma perfecto.

Bailar como antes.

 

Cuando vuelvo a casa, sus caras me encuentran entera. Sus ojos que no me miran saben que he vuelto. Cuando uno de los tres levanta un dedo yo estoy antes, aunque me ausente siempre estoy en el sitio que esperan, como los círculos de la mesa. Si los encuentro con sus cosas, espero. Hoy soy capaz de tener paciencia.

Sergio está con los  dibujos entonados en rosa, con las fantasías de los peces voladores que no sé de donde salen, se ríen. Te oigo apagar la tele. Intentar escuchar el dictado. Quieres que lea y lea, intentas poner cara de satisfacción, presumes ante ti mismo que te interesa. Creo que no puedes. Entretenerte por obligación con ellas, te oigo. Oír tocar el piano, la flauta, las castañuelas. Creo que no podrás. Saltarás en cualquier momento. Te  hartas y hartas, es como escrito con lápiz, lo borras y borras, siempre lo intentas. El tiempo más que pasar, se acumula. Yo te pregunto para cuándo lo guardas. No tiene reposo, es para comer hoy. 

Si dejas que las niñas lleven su ritmo, el tiempo explota en cualquier sitio, nos empieza a faltar y ellas lo van consumiendo entre juego y juego, es el extasiarse en sí mismo, una manera de tiempo de otra magnitud que a mí me cuesta.

Un pensamiento de otra vida pasada se introduce en mi escritura, lo contemplo, me atraviesa: Porque de antiguo juré que no cambiaría mis maneras, que sabría decidir la foto que toca. Tanta explicación del pasado me inoportuna. Cuando se cae la figura de porcelana de la estantería, la que hubo siempre, es un desastre. Que su carta se me ha olvidado o que la gotera malmetió el papel. Fantasmas descubiertos. Vengo más que de tomar un café, eso si que lo sé.

Sentido del paso de hoy. Me acuerdo de Esmeralda, me asalta la duda. Cosas cotidianas, cosas de casa como por ejemplo si se juntan a la mesa. ¿También tendrá que marcar la ropa de su hija?

Otra vez, ahora en casa, cena. Familia en la mesa dispuesta. Cuatro. Los otros habrán acabado cuando nosotros no hayamos comenzado. Todavía es el plan de escribir el día de hoy. Los sabores que creo, los colores que utilizo. Puedo volver a repasar el día. Puedo empezar o quizás ahora no. Resistirme a hablar del mañana que serán los deberes, que serán los planes, que serán los propósitos y encontrar el momento.

 

Entusiasmo del mañana

atado con cuerda,

anclado con candado

no lo he dejado salir,

tampoco le he dado aire.

Lo he alimentado,

con creencias.

Le he dado un yo.

Un miedo de cadenas.

Una enfermedad perpetua.

 

Cuando me he levantado había tanto aire que un espíritu con compañía me ha contagiado sus ansias, me ha durado todo el día, pero es severo, se impacienta con sus creencias, me hace aislarme y cuando escribo divago. El espíritu es imprevisible. Sé que mi escritura es personal, previamente no se adscribe a ningún plan pasado, a ninguno futuro. Estas libretas viejas que utilizo para escribir me cansan, sustituyo la fuerza física, hago el propósito de cambiar este punto.

Reviso el paisaje del día con árboles igual de verdes que ayer, el otoño en las flores es más presente. Recuerdo simétrico de otro septiembre, cuando la luz se apaga, cuando enciendo la luz. Encenderé la luz.

Me voy a la cama: calcio, pastilla y sudor. La responsabilidad me mata. El reflejo de otro momento que he olvidado. Busco la buena letra. Para otros me canso, manifiesto que quiero sitio con gritos sofocados, con buen tono, al final con la batería de amenazas.

Me veo repetida de mi madre y de ellas. Hubiera dicho que nunca gritaría a mis niñas, por el suelo mi ánimo en ese momento. Después he aprendido con ellas a cambiar la táctica, que sus estrategias sean otras. Vivir cambiando algunas de mis muletas aunque me caiga. He comenzado y comenzado. No lo podré evitar, antes de empezar el producto, está muerto.

Entrecruzada respiro, respiro y no me conozco. Mañana una respiración. La muerte me es cercana, entiendo el suicidio cuando leo a Alejandra P., no sé si como inspiración o como expiación, salida o entrada.

En la reflexión de la cama, al final del día escribo que me pesa la responsabilidad de estar acertada, cuidar a mis hijas. Para hacerme entender cuando ellas están cerca, grito sin compasión de mi misma. El duelo de mis momentos de enfermedad me acecha. El duelo de mi sangre perdida me pesa otra vez. Me derrota otra vez.

Podré encontrar un tiempo ocupado para mí. Agarro el bolígrafo, escribo y escribo. Me gusta en lo sublime,  es esponjoso y sereno. Ocupo mis manos. Me estremezco sobre el papel. Me devuelve la paciencia y me duerme.

 

Carmen Sanjuán Pertusa, extraído del libro “27 de septiembre: un día en la vida de las mujeres”. Ed.Alfama 

La primera vez que remarqué los beneficios de utilizar un “Diario de emociones” fue en mi artículo “Viaje al centro de ti mismo: el autoconocimiento emocional”. En él os relaté cómo me resultó de gran ayuda el recoger en un diario los pensamientos y sensaciones que rodeaban mis estados emocionales durante una larga enfermedad. De alguna manera, sin saberlo, intuí algo que ha resultado estar demostrado por la ciencia: escribir sobre nuestros pensamientos y emociones posee una capacidad terapéutica además de la creativa, naturalmente.